Gibran Hernández
Éste tema es complicado pero alguien tiene que abordarlo en vista de que no se ha hecho sin irse a un extremo u otro, sin matizar, ni contextualizar.
Para el derechista la represión policíaca y los abusos no existen: es el “estado de derecho”, siempre que no sea contra una de sus manifestaciones en auto o sus llamamientos al magnicidio. Para el radical de “izquierda” o "anarquista", cualquier destrucción de mobiliario urbano, robos e incluso ataques a transeúntes está santificado por la libertad y las nobles causas que dice enarbolar. Los gobernadores autoritarios no reconocen la pésima actuación y nula capacidad de los cuerpos de seguridad: niegan que haya abusos y excesos, pero cuando son evidentes, aseguran que no representan a las corporaciones, ni fueron sus órdenes, o en el peor de los casos están justificadas porque los manifestantes crearon el conflicto, como si fueran iguales civiles desarmados, mujeres y niños a antimotines equipados con protectores corporales, toletes, lacrimógenos y balas de goma. Y para el autonombrado guerrero de la justicia social está bien llevar bombas incendiarias a una manifestación política, destruir lo que representa al “sistema”, no le interesan los que no comparten su visión: él está salvando al mundo, un graffiti y un cristal a la vez.
Ambos extremos deshumanizan no sólo al adversario, sino al transeúnte que no forma parte de la movilización, al propietario que tuvo el mal tino de dejar su vehículo en el paso de la refriega, al empleado de la tienda de autoservicio, etcétera. He perdido contactos simplemente por expresar mi rotundo desacuerdo con los saqueos, incendios y manifestaciones violentas en general: suelen compararse de forma arrogante con la toma de la Bastilla, con batallas históricas variopintas, de ese tamaño es la egolatría de los que creen que la única manera de ganar una lucha política es a través de la catarsis violenta, de la confrontación entre civiles y policías. Como si eso fuese a revivir a las víctimas de un crimen, a resarcir el dolor de sus familias o fuera la única manera en la que al fin harán su trabajo las instituciones a las que se les reclama por alguna infamia.
Si seguimos esa lógica entonces podríamos ir a manifestarnos en contra del crimen organizado y arrojarles petardos a sus vehículos blindados y lujosas mansiones amuralladas, a los conocidos hogares de los tratantes, de los traficantes, de los funcionarios corruptos, directamente, pero no, siempre es en la seguridad del espacio público, donde saben que no van a ametrallarlos. Por supuesto que hay riesgo de morir por un toletazo o una bala de goma, pero ¿es estrictamente necesario? ¿Acaso no se ganó la presidencia de la república sin romper un solo vidrio? En ese punto cambia su descalificación: para ellos nuestra lucha no fue ni será una lucha política válida, porque se dió en cauces institucionales corruptos y no representa un cambio radical y absoluto en ningún sentido: es el tibio reformismo que no le da al radical lo que según él de verdad quiere y necesita el pueblo. Porque él y sólo él lo sabe, ni siquiera el mismo pueblo: él es la genuina representación y voluntad popular, no la mayoría de la gente.
Pero siendo realistas, lo único que logran es precisamente el repudio de la mayoría, muchas veces silencioso porque hay unas causas en las que ni siquiera dan el derecho a opinar sin que ésto signifique automática descalificación y un acoso incesante en redes sociales para quien ose sugerir que pudieran no sólo no estar resolviendo la problemática, sino logrando que menos personas se interesen en sumarse a su causa.
Forma es fondo. Es algo que no pueden entender las personas viscerales y poco intelectualizadas, las que carecen de civilidad y son idénticas en pensamiento y obra a aquellos represores vulgares que pretenden combatir, haciendo exactamente lo mismo que éstos.
Y con ésto de ninguna manera justifico la brutalidad, ni los abusos: son deleznables. Nada justifica una violación a los derechos humanos, ni a la libre expresión, manifestación, reunión y protesta. Pero también es deleznable esa misma violación a los derechos de los demás. Ahí es donde urge la inteligencia: quien gobierna desde la izquierda debe intentar al menos, crear cuerpos de seguridad genuinos que no sean organismos represores, que sin abusar, detengan a alguien que esté poniendo en riesgo su propia integridad y la de los demás ciudadanos. Su misión no puede ser nada más observar pasivamente: deben garantizar la civilidad y la integridad, tanto de los manifestantes como de los demás transeúntes, sus bienes y personas. Deben crearse cuerpos capacitados en derechos humanos, pero también en sometimientos especializados sin abuso de fuerza: es posible hacerlo.
Las ciudades y pueblos son de todos: todos pagamos por ellas, por el mobiliario, por las plazas, los parques, sus recintos históricos, el patrimonio cultural, etcétera.
Y los manifestantes inteligentes y no violentos deben ser también responsables y expulsar de sus filas a aquellos que únicamente le dan pretextos a los conservadores para usar sus garrotes de cavernícolas y a aludir al estado de derecho para desaparecer a los luchadores sociales. No es imposible: el movimiento de regeneración nacional nunca lo permitió por ejemplo. Incluso los autodefensas y policías comunitarias, que enfrentaban al narcotráfico, no iban asaltando tiendas, ni quemando vehículos de transeúntes, y perdón, pero ellos sí son valientes enfrentando a la muerte más espantosa, con posibles torturas horrendas de por medio si los capturaban los criminales. No son un puñado de privilegiados citadinos que con el pretexto de una causa y al amparo de la libertad dan rienda suelta a su primitivismo, sabiendo que serán cobijados y defendidos para que no se les aplique la ley de ese estado que dicen detestar, pero que es el mismo que los protege cuando gobierna la izquierda partidista a la que también repudian.
Si alguien convocara directamente a un saqueo o incendio saben perfectamente que nadie asistiría a respaldarlos: se escudan en la gente que va a expresar su descontento desarmada para hacer destrozos y saqueos. Tampoco se vuelven directamente guerrilleros para realmente tener esas históricas batallas militares con las que se pretenden equiparar, ni mucho menos redactan la teoría política alrededor de esas gestas. No se engañen, ustedes no son personajes históricos: son cobardes que sólo en la multitud tienen valor y en un espacio donde saben que estarán protegidos. No les van a disparar con fusiles, ni darles con la bayoneta: no son héroes revolucionarios modernos.
Y que no se froten tampoco las manos con mi artículo los derechistas: ustedes son igualmente despreciables. Celebran cada que golpean a un ciudadano indefenso si es de izquierdas: a ustedes no les interesa la civilidad, ni la integridad de la gente. Sólo quieren que repriman rojos. Pero imagínense si de pronto se usaran esos mismos cuerpos para golpearlos a ustedes cuando hacen el ridículo en sus autos o en sus manifestaciones contra la izquierda: ahí ya no creerían en la represión como ahora.
Espero que éste artículo sirva para la reflexión, pero temo que únicamente despertará repudio de los extremistas, amenazas cobardes y ataques, pues si fueran personas racionales aceptarían la crítica y responderían con argumentos, cosa que sería más deseable, ojalá me sorprendieran con eso último. Francamente lo veo difícil.
Éste texto es para los que repudian a ambos: al radical que se siente superior a todos y al fascista que cree exactamente lo mismo.
Posdata: defenderse de una agresión es totalmente lícito, lo mismo que resguardar la integridad de los compañeros y personas vulnerables.
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