Gibran Hernández
No se puede hablar de justicia social, de combatir la desigualdad, ni de dar ningún incentivo a los necesitados sin que inmediatamente salten uno o varios feligreses del mercantilismo a despotricar contra cualquier gesto humanitario o de sensibilidad social, llamándolo populismo, comunismo, o a hablarnos de las bondades de su credo: que los pobres son pobres porque quieren, por flojos, porque no emprenden, no ahorran y porque quieren que el gobierno les resuelva todo.
La pandemia de cursos de coaching empresarial, de diplomados de emprendimiento, de cultura financiera y libros de superación personal han hecho estragos en la mentalidad colectiva, al grado que cuestionar sus patrañas es básicamente una blasfemia para todos sus adeptos, que como todos los participantes de un culto creen a pie juntillas en el paraíso prometido, dan gustosos sus diezmos y están convencidos de que pronto serán ricos, pues cumplen al pie de la letra con los programas, reclutan a más personas para los mismos, llevan los libros bajo el brazo y cambian de hábitos, no importa si no consiguen ese ascenso social y económico: pronto ocurrirá pues lo han decretado al universo y si no pasa es porque no han tenido suficiente fe y empeño. Mientras tanto los predicadores se llenan los bolsillos y hasta se atreven a fundar sectas más severas, como la tristemente célebre NXIVM, que sólo fue detenida porque sus excesos fueron de naturaleza sexual y porque las víctimas eran mujeres de clase alta, de otro modo probablemente jamás nos habríamos enterado de todas las atrocidades que cometieron.
Pero nadie dice nada al respecto del resto de congregaciones de fieles al emprendimiento, ni critica sus panfletos, metodologías y modelo de negocios: van en auge e incluso algunas universidades de poca monta ya ofrecen maestrías en coaching, pese a que las ciencias cognitivas en general y sobretodo la psicología han alertado de los daños que producen las técnicas de lavado de cerebro y maltrato psicológico que emplean para someter a sus integrantes.
Desde hace años los profesionales de las ciencias sociales y las humanidades hemos visto cómo ésta cultura del bestseller ha ido permeando en la sociedad y convirtiéndose en un culto a la sociopatía, una superstición moderna conveniente al sistema neoliberal donde se deifican el individualismo extremo y la búsqueda desesperada del éxito económico a cualquier costo, cómo se han vuelto héroes a estafadores a través de novelas cutres que luego se vuelven películas exitosas de Hollywood, tipos que estuvieron en prisión por robarle a la gente son vistos como ideales sociales de éxito financiero y personal, sus excesos como el paraíso al que todo ser humano debe anhelar y si no lo hace es porque tiene mentalidad de pobre, de fracasado, de empleado subordinado que jamás va a triunfar en la vida. Porque podrás tener un doctorado en física o en politología, pero si no inhalas cocaína en los senos una prostituta de lujo en tu yate privado, eres un perdedor.
Lo que no advierten y dudo que admitan es que siguiendo su tren de pensamiento entonces el narcotraficante, el secuestrador, el tratante, etcétera, son el siguiente nivel de emprendimiento sin límites, los individuos más duros en los negocios que no se detienen por pequeñeces como la dignidad humana, la empatía, la conmiseración, la conciencia, etcétera. No entienden que Keith Raniere es lo mismo que han estado promoviendo con su cultura, lo mismo los capos de la mafia, los criminales internacionales que esclavizan personas, que venden vídeos espantosos en la red profunda para los más depravados pero pudientes clientes. Horrores inenarrables, pero que dejan inmensas ganancias. Esa es la mentalidad que han estado promoviendo durante al menos las últimas dos décadas y los “antihéroes” que han creado. Es gracias precisamente a su ignorancia supina de las ciencias sociales y las ciencias cognitivas que pueden decir tantas estupideces y no admitirlas como tales. Han estado fomentando a los sociópatas como modelos de conducta, han romantizado al monstruo y lo han hecho creer que sólo es un individuo que sobrepasó los límites que le impone la sociedad para no ser un triunfador.
Y he escrito éste artículo porque es un tema que debemos abordar con urgencia y combatir sin tregua: no podemos seguir pensando que es algo bueno buscar la riqueza a toda costa y sin escrúpulos, no podemos seguir planteando como ideal social al delincuente, al estafador, al sociópata. No son héroes, no es lo máximo en la vida disfrutar de excesos y lujos, de hecho es algo bastante hueco, miserable y deprimente. No por nada tantos de éstos tipos que lo tienen todo son precisamente los consumidores de las sustancias más adictivas, de la pornografía más retorcida e ilegal, de las actividades más espantosas y deplorables, precisamente por el vacío inmenso que les deja el confort y el poder, tener todos los recursos a su disposición sin la conciencia de su valor, precisamente por ese individualismo que les fomentan, incluso desde la cuna a los más pudientes.
Hay que promover valores intelectuales y morales más elevados, una mentalidad sana y empática, humana, generosa, la creatividad y la sensibilidad artísticas, sociales, culturales: una vida inmensamente más rica y más libre que la que puede proporcionar el dinero y los excesos.
No apelo a ninguna mojigatería y ascetismo, sino a una conciencia general de nuestro lugar en el mundo, a entender que somos seres interdependientes, a responsabilizarnos de nuestros actos y pensamientos, a que las ciencias, naturales y sociales, se ocupen de éste grave problema generado por la miseria intelectual y filosófica de las charlatanerías que han plagado el mundo únicamente porque son panfletarias, fáciles de creer, pero inmensamente dañinas para la sociedad.
Nadie es pobre porque quiera: nadie quiere serlo, ni debería estar condenado a ello.
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