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El vicio de alimentar el sesgo cognitivo


Gibran Hernández


Creo que ninguna tendencia política, ni filosófica, incluso científica, escapa a éste vicio, quizá sea tan viejo como la humanidad misma. Me refiero a esa costumbre que adquirimos de sólo consumir información favorable a nuestro pensamiento, a evitar conocer al menos otras perspectivas, ya no digamos a renunciar a algún sesgo cognitivo arraigado en nuestra conciencia.


En el caso de la izquierda por ejemplo es esa tendencia a leernos entre nosotros y manejar información que nos dice que todo va de acuerdo a nuestras conjeturas y predicciones políticas, sobretodo cuando “ganamos” alguna posición o batalla y decidimos entonces bajar la guardia pensando que la mayoría está informado, formado y consciente de la misma manera que nosotros, que todos los compañeros son camaradas racionales que dialogan en un alto nivel intelectual, con un profundo entendimiento hasta de la geopolítica: no es así.


Como en todo hay diferencias y no sólo me refiero a las distintas facciones de las izquierdas, sino aún dentro de un mismo grupo, no es igual el intelectual elevado en su discurso con referencias bibliográficas abundantes al militante a pie que no posee formación académica y está con nosotros de una manera más instintiva y a veces hasta visceral, emocionalmente ligado a lo que creemos el lado correcto de la historia, pero que no profundiza mucho en sus lecturas, sea porque no tiene el tiempo libre, la posibilidad económica o a veces la habilidad, sin demeritar su noble esfuerzo, claro está.


Y si vamos al ciudadano común que sólo hemos convencido momentáneamente, en gran medida por el empobrecimiento, violencia y decadencia a la que nos arrastró el neoliberalismo, veremos que no es un ávido lector de diarios diferentes, no contrasta la información, ni considera a los mercenarios de los medios como tales: para él a veces son genuinos profesionales del periodismo que le están dando noticias objetivas e imparciales.


Es por eso que les exhorto, sobretodo a los intelectuales, a democratizar su discurso, hacerlo accesible a los no letrados, a considerar que puede que sea la primera vez que se tomen el tiempo de leerles. También que los activistas no crean que porque su círculo social es de iguales eso representa al mundo: muchas veces nos aislamos sin darnos cuenta y todos nuestros cercanos están en la misma sintonía ideológica nada más, pero eso no significa que la realidad de todos los demás opere de la misma forma, todo lo contrario. Cada percepción es diferente en función de su contexto y tendemos a olvidarlo.


Y uno de los ejemplos más lamentables que leo a menudo últimamente es esa pretensión de la progresía superficial en redes pretendiendo que obras de arte, literarias y creaciones en general se ajusten o se censuren en función de las convicciones éticas y políticas del presente, un absurdo absoluto que denota ignorancia e incomprensión de la historia, pero que poco a poco se va imponiendo precisamente porque nadie se toma la molestia de formarse constantemente y a profundidad intelectualmente. Muchos únicamente repiten panfletos o manifiestos y con esa información pobrísima pretenden no sólo interpretar el mundo, sino dirigirlo, y como son una masa importante y ruidosa en redes, a veces lo consiguen, en detrimento de las artes, del conocimiento y de sus propias causas.


La formación intelectual es una labor inacabable: no termina con la lectura acrítica de unos textos o la obtención de un grado. Y es necesario además hacer en todo momento revisiones críticas de nuestro pensamiento, de su vigencia, de su contextualidad, para no caer cómodamente en el vicio de alimentar al monstruo de nuestro sesgo cognitivo nada más.

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