Gibran Hernández
Desde hace algunos años gracias a las redes sociales y los medios electrónicos pudimos conocer cómo piensa, cómo se expresa y cómo vive la oligarquía mexicana: vaya vergüenza ajena.
Recuerdo que cuando no era accesible al ciudadano común la convivencia con la “clase alta” uno pensaba que al tener el poder económico, político y social, prácticamente absoluto, aquella debía ser sin duda una élite de gente preparada al más alto nivel intelectual, suponía uno ingenuamente que tendrían un lenguaje y gustos refinados, incluso ademanes pomposos y demás. Nada más lejos de la realidad.
Hoy sabemos que no, que son un montón de privilegiados económicamente, pero más allá de ésto carecen de la capacidad de articular un discurso decente, de comprender la nación, de entender las consecuencias de sus actos, de pensar como seres humanos del siglo XXI: están en la indigencia intelectual y moral en su mayoría. Son racistas, clasistas, deshumanizados, vulgares, superficiales y todo ello en lugar de verlo como errores de juicio cuando son señalados por la opinión pública que los vapulea con justa razón en comentarios digitales, les resulta indignante: ¿cómo se atreve el populacho ignorante a criticarme a mí, el gran señor? ¿cómo creen que somos iguales, si yo estudié en una exclusiva universidad privada y me especialicé en el extranjero? Pues también eso se desdibuja totalmente: lo vemos en los paneles de discusión, cuando la doctora de conferencias de $250,000 pesos, Denise Dresser, se ve intelectualmente enana al lado de Gibrán Ramírez Reyes, un joven de extracción popular educado en universidades públicas, pero con muchísimo más nivel académico, más rigor, pero sobretodo, mejores formas al conducirse.
¿Qué le pasó a la burguesía mexicana? La duda es si es que siempre ha sido así en la intimidad y son las redes quienes la han puesto al descubierto o en su defecto, crecer entre algodones durante generaciones los ha ablandado a tal grado que ya no les preocupa nada y por eso precisamente es que han perdido no sólo el poder, sino el decoro, la vergüenza, y el rumbo.
Es realmente preocupante, no es algo que debamos celebrar: finalmente con sus fortunas y negocios arrastran aún a la economía nacional, afortunadamente ya no al poder político, pero sí al mediático: continúan usando lo que les queda para extorsionar al nuevo gobierno para sus intereses, intentan seguir sin pagar lo que les corresponde de impuestos, les ofende en gran manera que se proscriba socialmente el racismo de sus “chistes”, que ciudadanos comunes y corrientes, indígenas, subalternos, etcétera, exijan ser tratados con dignidad y respeto; que su voto pese y cuente lo mismo que el suyo les insulta en gran manera: lo han expresado en la desparecida Maroma Estelar, que furiosamente exigieron que se cancelara, pues los exhibía. ¿Y creen que con eso dejan de ser como son, de conducirse de esa manera vil y vergonzosa? La gente no pudiente ahora los ve y ya no les tiene temor, ni respeto y es culpa de ellos mismos. Afortunadamente la sociedad mexicana parece estar madurando poco a poco y ya ve que nacer en cuna de oro es una cuestión meramente circunstancial.
Y que no vengan a lloriquear con que ésto es polarización social o “racismo inverso”, desde la comodidad de sus privilegios, que no desaparecen por una simple crítica bien merecida. Llevan casi dos décadas insultándonos en todos los medios a su disposición, descalificándonos por nuestro origen social, por el tono de nuestra piel, por la pobreza en la que nos mantienen con los salarios miserables que pagan, a regañadientes y de mala gana.
México ya despertó, ya no es más de su propiedad y está cambiando, les guste o no.
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