Gibran Hernández
Nuevamente nos proporcionaron un espectáculo deplorable los partidarios de Ferriz de Con y Gilberto Lozano: calcando las manifestaciones en auto de los franquistas españoles de VOX, hicieron lo propio convocando a salir en sus vehículos a exigir la renuncia del presidente, expresando sus convicciones, a saber, que vivimos en un estado comunista y autoritario, con pancartas llenas de errores ortográficos, gritos, insultos, etcétera.
Solía hacer como que no existían francamente, me parecía que era darles un peso como adversarios que evidentemente no tienen: son apenas un puñado de señoras y adultos mayores, gente de extracción popular que se considera a sí misma de la élite, y algunos otros que sí puede que estén en la clase media alta, más los dirigentes de la manifestación, que viajan cómodamente en sus vehículos de lujo para expresarse. Hasta ahí no habría problema, sólo que éstas personas piden que se de un golpe de estado blando y si no les funciona, uno violento: no piden que se de una elección, no generan una candidatura o un partido político, no crean un movimiento social legítimo. Quieren que se haga su voluntad inmediata y sin reclamos en el gobierno, que el presidente, al que consideran un autoritario dictador comunista, renuncie porque “está destruyendo a México”.
Evidentemente no tiene pies ni cabeza ninguno de sus reclamos, ninguno de sus discursos, son más que nada un grupo pintoresco de gente con ninguna formación política e incluso dudo que tengan formación en general, me resulta inconcebible cómo egresaron de la educación primaria si ni siquiera saben redactar una consigna.
Varios les han increpado y con razón el por qué no les movió en lo absoluto la guerra calderonista con tantos civiles muertos, incluidos miles de niños, el incendio de la guardería ABC con la consecuente impunidad miserable de la familia de Margarita Zavala, la masacre de Ayotzinapa de los 43 normalistas, en fin, todo el rosario de infamias de los gobiernos de derecha no les indignaron tanto como que ahora haya programas sociales y se exija a las empresas evasoras que paguen impuestos. Tampoco es sensato que exijan que por su voluntad se acabe con el primer gobierno elegido democráticamente en la historia reciente de nuestro país, pero lo demandan. Son los terraplanistas de la política nacional, sin duda. Una minoría ridícula que indigna, tanto así que tuvo más trascendencia el justo reclamo de un obrero en un autobús que pasaba junto a su manifestación: fue más viral y con mayor repercusión. En cambio para ellos lo que hubo de respuesta ciudadana fueron memes, caricaturas, repudio generalizado y burla, vergüenza de quienes aunque no simpatizan con el presidente y su proyecto político, no se sumarían jamás a sus filas.
Ya había hablado de la decadencia de la élite y de la derecha en general, pero creo que éste caso es el más lamentable: nos muestra que hay quien no teme al ridículo, ni al escarnio público, que es incapaz de razonar, de dialogar, ni de exponer nada sensato y aún así se cree la persona más despierta e inteligente, aún cuando no puede ni redactar un párrafo con sentido. Y el problema es que podemos reírnos de ellos pero no por eso dejan de ser un peligro para sí mismos y para los demás: están pidiendo que se infrinja la ley, que se destruya el estado, que se asesine al presidente: lo dicen abiertamente en sus grupos de WhatsApp, en comentarios de redes sociales. Sus líderes públicamente solicitan la intervención violenta del ejército y de las potencias extranjeras para acabar con el gobierno elegido democráticamente. ¿Hasta cuándo se les va a aplicar todo el peso de la ley? ¿Hay que esperar a que alguno de éstos enfermos mentales se decida a dañar físicamente a algún funcionario público o ciudadano simpatizante de la izquierda?
Efectivamente son un chiste, pero uno de mal gusto y que no da ninguna gracia.
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