Entiendo perfectamente que las personas que se saben de derechas, lo admitan abiertamente o no, estén en desacuerdo con cualquier política que discrepe de su visión del mundo: los pocos de ellos que dirigen con sus opiniones y columnas a la poca gente que aún les cree, son de hecho de la clase privilegiada y ven amenazados sus intereses personales con el cumplimiento de la ley, pues subcontratan trabajadores por una miseria, sin darles derechos laborales constitucionales, maquillan sus declaraciones patrimoniales y fiscales para obtener exenciones o prefieren irse a juicios largos y caros con tal de no cumplir con sus obligaciones tributarias. Utilizan prestanombres para adquirir ilegalmente terrenos, monopolizar negocios, controlan los medios pues son de su propiedad, para moldear la opinión pública a su favor. La llegada de la transición democrática y el cambio de dirección económica les afecta directamente. Hasta ahí me resulta comprensible que se confronten abiertamente e intenten incidir en la política nacional para volver a tener sus privilegios y no responsabilizarse de sus actos ilegales, hasta las últimas consecuencias que les permita su poder económico.
La parte que me resulta deplorable y triste es ver que algunos de ellos (o quizá todos, espero en verdad que no) realmente creen en su propia propaganda: desconocen completamente la historia de las ideas políticas o la han estudiado a modo en sus pomposas universidades exclusivas, donde cada texto del programa educativo ha sido seleccionado cuidadosamente para mantener impoluta su ideología, para que de ninguna manera salga de sus filas un rojo, un adversario, alguien que pueda contaminar la mente de sus jóvenes y contagiarla de ideas “nocivas” como responsabilizarse de sus actos, tener empatía por los que no son parte de su clase social, verlos como seres humanos con plenos derechos que únicamente no nacieron con su suerte: no les tocó la lotería de la vida de ser hijos de padres pudientes, pero no por ello dejan de ser iguales en la democracia. Ésto último parece de hecho indignarles en sobremanera y se nota en la evidente rabia de cierta conferencista-analista de alcurnia que enfurece al compartir panel con un intelectual de izquierda rechoncho, muy joven, muy moreno, de extracción popular, que la ha exhibido en su ineptitud y deshonestidad cada que tienen algún intercambio de puntos de vista: ¿cómo se atreve ese joven a ponerse como igual ante la gran maestra del campus más exclusivo y elitista? ¿cómo es posible que le den el mismo espacio que a ella?. Y así leo a sus columnistas, unos más radicales que otros, algunos más adornados en su lenguaje, pero la diatriba es esencialmente la misma: pobre, vergonzosa, indigna de alguien que se dice intelectual. No porque sean de derecha, sino por la deshonestidad, la ignorancia, la tergiversación, la mentira, y penosos episodios cada vez más frecuentes de que comparten noticias falsas o hasta bromas que no entendieron, con la esperanza de golpear políticamente a éste régimen que tanto odian y al que ahora llaman dictatura comunista, sin ningún sentido.
Quisiera pensar que lo hacen como parte de una estrategia para asustar a la población, pero no les funciona, por el contrario, les tunden en redes y cada vez tienen más repudio, desprestigio y son objeto de burla: la comidilla de todos los comentarios políticos. Estamos ante la decadencia franca de la clase dominante y es penosa, pero también muy preocupante, pues sus fortunas y su poder arrastran el destino nacional. Y en su fanatismo ya se plantean que el país o es de ellos o será de nadie. Aterrador.
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