Gibran Hernández
Solemos pensar que podemos razonar y dialogar con cualquier persona sensata y convencerla de algo que tenga sentido, y que también nos pueda exponer sus ideas con claridad, convencernos de las suyas, llegar a un consenso: es el ideal de un intercambio verbal. Pero cada vez es más usual que no y es muy alarmante. Algunos, quizá demasiados, prefieren vivir en el error y llamarlo sabiduría, antes que reconocer que puedan estar equivocados de ninguna forma.
No estoy seguro que sean las redes, Internet, pienso que es una mezcla de un mal uso de éstas y que nos permiten leer y escuchar los pensamientos de las personas que, como decía Umberto Eco en otro artículo, antes sólo se expresaban en privado al calor de unos tragos, pero ahora sus opiniones se esparcen y se unen en grupos, foros, comparten sus videos, “análisis”, e “investigaciones”.
Ésto último es frustrante porque no hay manera de hacerles entender que leerse mutuamente no es “investigar”, que no es ciencia, ni conocimiento riguroso de ninguna especie ver un video cutre de un tipo en cámara afirmando cosas absurdas muy seguro de sí mismo durante una hora, o a dos charlatanes dialogando en la misma manera o traducciones falsas de un idioma desconocido en nuestra región del mundo como lo pueden ser el ruso o el mandarín. Leen blogs con las cosas más ridículas, los rumores más disparatados y los toman como verdades irrefutables. Y la cereza del pastel es que a cualquiera que les contradiga lo ven con desprecio, con lástima o con molestia y lo ignoran, en una soberbia increíble: le llaman oveja, crédulo, ignorante, en la más grande de las ironías.
Si hablan por ejemplo, en contra de la ciencia, desconocen por completo conocimientos elementales como la formulación de la sal, que consta de dos elementos peligrosos como lo son el cloro, un gas venenoso, y el sodio, que es en ciertas condiciones explosivo, o por ejemplo que el oxígeno puede corroer el metal, pero no obstante ambos son indispensables para que podamos existir y que su composición química cambia al enlazarse. Y cuando no es por ignorancia es peor, porque lejos de que puedan razonar y retractarse, se endurecen más en sus posturas: su concepto de sí mismos se potencia y entonces ya cualquier ataque a sus ideas lo consideran personal, una ofensa a su inteligencia y capacidad, que para ellos son asombrosas e indudables. Quizá ese sea el meollo del asunto, que son gente muy pagada de sí misma por lo general. Como aquél tristemente célebre “Monstruo de Toluca”, que se consideraba a sí mismo muy por encima de la media intelectualmente, muy atractivo e irresistible para las mujeres. Lo atraparon por ello, precisamente, usando en su contra su egolatría y contactándolo por redes sociales.
Tenemos que convivir con éstas personas, no podemos eludirlas. Ciertamente es un alivio bloquearlas y no leerlas más, pero son tan abundantes que invariablemente uno vuelve a encontrarse con sus diatribas interminables y llegan a causar problemas, algunos muy graves. Ya he perdido francamente la esperanza de hacerles entrar en razón: no entienden siquiera las contradicciones evidentes de las cosas que creen, así que el diálogo se vuelve estéril. La única esperanza es la cohesión social de los que no creemos cualquier rumor, que insistimos en desmentirlo, la burla pública y el humor como remedio ante la necedad y la locura destructiva que representan para sí mismos y los demás. Es lo único que no toleran y contra lo que no pueden: la mofa. Preguntas e ideas absurdas sólo merecen respuestas igualmente absurdas: no se les debe legitimar más como interlocutores pues renuncian a ello al negar la lógica, la coherencia, el consenso, la evidencia y el conocimiento en general. Que el merecido castigo de su necedad irracional sea el escarnio público.
Mientras no exista vacuna contra la insensatez y la salud mental no se cuide de forma universal y obligatoria, ni la capacidad intelectual sea un requisito para la ciudadanía y el voto, sólo el humor, la irreverencia y el rechazo social serán la única herramienta de la que disponemos para confrontar a un “adversario” que no respeta ninguna regla, ni sigue ninguna pauta.
Elijamos reírnos de ellos entonces: abiertamente y a carcajadas.
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