Hay una pésima costumbre que tienen los supuestos analistas, intelectuales y personajes públicos y es que parecen creer que sólo deben guardar las formas, el lenguaje y el rigor cuando redactan un artículo, una tesis o presentan un trabajo, pero en la cotidianidad no deben perder la "chispa", espontaneidad y la vulgaridad de la adolescencia, como si eso fuera la esencia del ser humano real, como si el pensar detenidamente fuera una cosa que se hace sólo cuando es indispensable, como si fuera un traje de gala que sólo se usa en ocasiones especiales, para las cámaras.
Lo vemos a diario en sus tuits, en su humor, cuando los graban en el ámbito privado y donde se sienten relajados, incluso eso es lo que le ha dado popularidad y hasta el poder a personajes deplorables pues la misma gente los ve como honestos, iguales a sí, sin máscaras y sin rigidez. En cambio cuando alguien tiene la costumbre de pensar y tratar de mantener la seriedad en la medida de lo posible es visto con recelo, como si ocultase algo o peor aún, como si quisiera regodearse de ser mejor que los demás porque no vulgariza todos sus actos.
Por supuesto que todos tenemos ratos de ocio, todos tenemos conversaciones cuando bebemos, todos contamos chistes de mal gusto en algún momento, pero hacer de eso el núcleo de nuestra personalidad, pensar que es lo único que realmente somos con sinceridad debería ser algo triste y deplorable en lugar de ser exaltado y reconocido como la más grande de las virtudes. Es así como paulatinamente se han deteriorado por ejemplo las artes y ahora leemos textos repugnantes como supuestas letras de canciones, barras cada vez más vulgares de entretenimiento, personajes cada vez más impresentables en la política y a los cuáles en lugar de reprenderles sus conductas les son celebradas.
Pienso que es momento de dignificar la vida pública y privada reivindicando la seriedad, no la rigidez acartonada del presumido rimbombante, ese se nota a leguas, sino el apreciar la complejidad de nuevo, integrarla a la cotidianidad, elevar el nivel de las conversaciones, de nuestro ocio incluso, no con el fin de presumir ninguna clase de superioridad, sino para enriquecer nuestras vidas, para aspirar a entretenimiento de más calidad, para discutir más cosas que valgan la pena con gusto, sin sentir tedio por ello, y también de paso para dejar de tener payasos como comunicadores y políticos de la peor calaña, de lo contrario como van las cosas terminaremos deteriorando más y más nuestro propio entorno y haciéndolo cada vez más superficial, más vulgar y más indigno.
Espero que se entienda mi propósito en éste texto y no se vea sólo como presunción y pose: es con honestidad y la mejor de las intenciones.
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