Tuve la paciencia para ver completa una supuesta entrevista debate en un canal de YouTube donde el publicista del priísmo, Carlos Alazraki y la ex candidata a la presidencia Teresa Vale agredieron sin cesar durante una hora a Antonio Attolini Murra, invitado al que no dejaron de descalificar en ningún momento junto al presidente, los proyectos y a la cuarta transformación en general, lo mismo que en los comentarios no cesaban los insultos típicos de los detractores de derecha y no había ninguna diferencia esencial en ambos espacios virtuales: a pesar de ello Antonio mantuvo la cordialidad e intentó infructuosamente dialogar y argumentar su postura, sin conseguir jamás una sola muestra de respeto por parte de ambos excepto cuando hablaban de sus privilegios de clase y su origen social.
Hablo de éste ejercicio en particular porque me permitió ver por qué es imposible darse a entender con la oposición o simplemente dialogar a pesar de que se tengan las mejores intenciones, la más grande de las paciencias, la disposición e incluso se tenga la aprobación de clase de dichos personajes: ya por ello también a nivel personal he renunciado a dicha tarea, es un despropósito.
Por más que uno intente abordar un diálogo constructivo y tender un puente la visión de la derecha es clasista, cerrada, intransigente e incapaz de entender que no son el centro del universo, que estamos en un régimen distinto con prioridades contrarias a las suyas pero no por ello menos válidas.
Ya le he dedicado algunas líneas a Carlos Alazraki porque me parece un personaje deplorable y despreciable que se expresa con suma vulgaridad y estupidez, a la vez que es un narcisista incapaz de ver lo desagradable que son sus expresiones y cómo se acentúan más por su edad y condición social, pero en la otra cara de la moneda no es muy diferente: Teresa Vale aunque hable con un poco más de propiedad cuando no deja de interrumpir la construcción de cualquier argumento para finalmente descalificarlo, solamente es una de tantas señoras privilegiadas que creen que tienen el monopolio de la verdad y la palabra con las que es imposible ningún diálogo que no conduzca a salirse con la suya, aunque jamás les asista la razón.
Y pues nuevamente vemos que éstos pseudo-comunicadores son incapaces de entender que México no es únicamente la clase alta de sus colonias privadas, sus bots de Twitter y sus amigos de los clubes exclusivos a los que asisten, los restaurantes de lujo que frecuentan y cuando se los dicen lo niegan rotundamente: ellos son México y el que no piensa como ellos, no lo es.
Están convencidos de que ganarán las siguientes elecciones cuando su facción ni siquiera tiene un político destacado salvo los que enfrentan procesos legales por corrupción y han perdido miserablemente las recientes.
¿Qué hacer con ese lastre escandaloso de la derecha que aunque esté derrotada no deja de hacer lo posible por atacar y denostar lo que se está construyendo? ¿Cómo lidiar con interlocutores incapaces de escuchar y entender que el país NO tiene por qué girar alrededor de los intereses de su clase e ideología? Es una tarea imposible.
Ignorarles tampoco es alternativa porque mienten tanto que si se dejan correr sus falsedades terminan por permear en el imaginario colectivo así que lo que corresponde es seguir señalando sus calumnias e insultos, seguir evidenciando sus miserias y pacientemente seguir trabajando en la politización de la ciudadanía para que no vayan a ser presa de sus peroratas insufribles: hay alguna volubilidad en los electores que no se debe descartar y como éstos tipos apelan a las emociones y no a la razón, a las aspiraciones y nunca a las realidades aún tienen espacio de maniobra para tergiversar y manipular a los incautos y los menos preparados.
Es una lucha contra las disonancias cognitivas de los neoliberales que desafortunadamente debemos mantener como demócratas, pues contrario a sus aseveraciones estúpidas y sin fundamento no somos ninguna dictadura y desgraciadamente hay que lidiar con ellos de manera pacífica pero intelectualmente contundente, con la fuerza de la razón y el poder de la participación ciudadana.
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