Siendo críticos de las propias convicciones es fácil pensar que para ser de izquierda hay que ser muy necio y muy tonto: ¿qué beneficios nos trae personalmente defender convicciones que no nos dan dinero, fama, fortuna, poder, ni nos aseguran nada a nivel individual?
Es lo que piensa mucha gente, no sólo de derecha, sino ciudadanos no politizados que consideran no sin algo de razón que defendemos a políticos a los que no les interesa nuestra persona particular, ni siquiera en lo general y que muchas de sus promesas de campaña son huecas o simplemente no son capaces de cumplirlas, que buscan sus satisfacer sus ambiciones de poder, dinero, impunidad, etcétera.
Este razonamiento aparentemente funciona si uno cree que pensar en sí mismo es suficiente y lo ideal pues incluso a nivel histórico podríamos creer que somos insignificantes y nada de lo que hagamos con nuestras vidas incidirá de ninguna forma en el tiempo, pero ya podemos observar lo que por ejemplo ha hecho ese pensamiento al ecosistema en unos pocos años después de la revolución industrial o el sustituir los envases de vidrio por plástico.
Aún si se tratara la vida de ser egoístas y buscar sólo el propio beneficio inmediato es muy miope creer que somos autosuficientes y autónomos como aseguran ideologías pobrísimas como el libertarianismo: nuestra existencia depende en todo momento de otros para subsistir, basta el análisis más sencillo para verlo claramente. Pero las comodidades y privilegios de vivir en las grandes ciudades nos ciegan a la realidad de la producción de los insumos más elementales y la obtención de materias primas, ya no digamos todos los servicios, transformación de las mismas, traslado de mercancías, etcétera. Sólo un necio piensa que el comercio solo puede existir sin toda la cadena productiva, sin un estado y sin leyes e instituciones que sustenten no sólo la propiedad, sino la convivencia social y sus dinámicas.
En sus distintos niveles de politización y formación académica cada militante de las distintas izquierdas entiende ésto, unos más instintivamente y otros de manera formal, teórica, pero sabemos que nuestro bienestar depende del de los otros: no somos islas autárquicas, sino seres interdependientes.
Por eso también nos es natural sentir empatía por el más humilde de los trabajadores o el más desamparado de los desposeídos sin quitarle su dignidad con la arrogancia de la caridad: lo vemos como un igual porque sabemos que cualquiera puede caer en desgracia o bien nacer en circunstancias y contextos que le imposibilitan no sólo su desarrollo social, sino la salud, la formación de su cerebro al no contar con los nutrientes esenciales en la infancia por ejemplo.
Por eso soy de izquierda, porque entiendo que soy parte del mundo y dependo de los demás, porque asumo mi responsabilidad más allá de mis caprichos, de mi suerte como individuo, porque sé que la colectividad es la que me brinda todos los privilegios de los que gozo y la que genera, gracias al esfuerzo titánico de gente del pasado que no vivió para disfrutar el fruto de su esfuerzo estoy aquí y ahora me corresponde aportar en la medida de mis posibilidades para el futuro.
Por eso no puedo sino despreciar la mentalidad caprichosa, infantil, egoísta, hipócrita e irresponsable de los que saben también que dependen de los demás pero en lugar de verlos como seres humanos con derechos, los ven como medios para sus fines, como peones descartables para satisfacer sus deseos más bajos y se creen más importantes que nadie, que no tienen ninguna empatía y quieren que nadie más la tenga.
Se creen muy listos por pensar así porque su narcicismo además de impedirles un exámen de conciencia, los hace incapaces de cuestionarse profundamente al respecto de lo que los rodea.
Son inmediatistas y superficiales y por eso precisamente no comprenden la necesidad del estudio de la historia, de la filosofía y de las ciencias sociales en general.
Comentarios
Publicar un comentario